El estado de San Luis Potosí sufre una problemática alarmante que se ha intensificado en los últimos meses: la violencia entre jóvenes en las escuelas principalmente secundarias. Las noticias sobre agresiones a estudiantes y peleas entre los mismos en los alrededores de los planteles educativos ya no son un suceso aislado, sino una tendencia preocupante que parece normalizarse entre los alumnos. Videos que en los últimos días han circulado en redes sociales en donde se da cuenta de la crueldad de algunos estudiantes para con sus compañeros y la imagen de jóvenes al salir de clases, resolviendo sus diferencias a golpes mientras sus compañeros graban y alientan la confrontación, es una realidad que no solo refleja la descomposición del entorno escolar, sino que también plantea serias interrogantes sobre los valores y la educación emocional que estamos transmitiendo.
La violencia no surge en un vacío; está alimentada por una serie de factores sociales, culturales y familiares que los jóvenes llevan consigo a la escuela. Muchos de estos adolescentes provienen de entornos donde la agresividad puede ser una respuesta habitual ante el conflicto, influenciados a su vez por narco series y música como los corridos bélicos o tumbados, que incitan a que los jóvenes se empoderen y piensen que el trasgredir a otro ser humano no tiene consecuencias emocionales, ni legales. Sin embargo, lo que resulta aún más alarmante es la actitud pasiva o incluso cómplice de aquellos que observan y graban, en lugar de intervenir o buscar una solución pacífica. ¿Qué mensaje se está enviando cuando el espectáculo del enfrentamiento físico se convierte en un entretenimiento para quienes se encuentran alrededor?
Las redes sociales, en este aspecto, juegan un papel fundamental. La posibilidad de viralizar un pleito no solo otorga notoriedad momentánea a los protagonistas, sino que da pie a una cultura de glorificación de la violencia. Los adolescentes, en su búsqueda de aceptación y reconocimiento social, pueden verse impulsados a participar en estas peleas, creyendo que así validan su valor. Mientras tanto, se ignora el daño real que estas situaciones provocan: lesiones físicas, traumas emocionales y, en el peor de los casos, consecuencias legales que marcarán la vida de los involucrados.
La situación requiere una respuesta integral que involucre a padres, educadores, y la sociedad en general. Es urgente que las escuelas implementen programas de mediación y resolución de conflictos que enseñen a los jóvenes a gestionar sus emociones y diferencias de manera constructiva. Además, fomentar la empatía y la solidaridad entre compañeros podría ayudar a desincentivar esta cultura del espectáculo violento y de la ley del más fuerte, en donde pase lo que pase, al final no hay consecuencias.
Por otro lado, los padres deben desempeñar un papel activo en la educación emocional de sus hijos, enseñándoles que la violencia no es una forma válida de resolver conflictos. Es vital que existan espacios de diálogo en casa donde los adolescentes puedan expresar sus frustraciones sin miedo a ser juzgados, promoviendo en ellos habilidades como la comunicación asertiva y el respeto por el otro y por su entorno.
La violencia en las secundarias potosinas es un reflejo de una crisis más profunda que requiere atención urgente. Cada golpe y cada grito resuena más allá de las calles que rodean a las escuelas; es un llamado a tomar conciencia como sociedad sobre los problemas que enfrentan nuestros jóvenes. No podemos quedarnos de brazos cruzados; debemos trabajar juntos para erradicar esta práctica y construir un entorno donde la tolerancia y el respeto sean el camino para resolver diferencias. La educación en valores debe ser nuestra prioridad, porque solo así podremos asegurar un futuro en el que la violencia no sea la respuesta elegida.